He vivido la mayor parte de mi vida en Egipto y siempre he creído que era un país en el que poder sentirse seguro. Era algo muy normal para una mujer liberal poder estar en las calles del Cairo y además sentirse segura hasta pasada la media noche. Las calles estaban llenas de vida día y noche, era casi imposible diferenciar las dos de la tarde de las dos de la mañana porque siempre estaban rebosantes de gente. De hecho el Cairo en particular siempre ha sido una ciudad famosa por su arrolladora vida nocturna, pero la revolución del 25 de enero ha cambiado de forma radical la vida de todos los egipcios.
Las caras felices de los egipcios que no paraban de reirse y de hacer bromas sobre lo que les rodeaba se han convertido en caras melancólicas. Muchas familias lloran la muerte de hijos y primos en alguna de las revueltas. Otras están preocupadas por lo que les pueda pasar a los hermanos y a los hijos que están protestando en las calles. Nadie se separa de la televisión para poder seguir las noticias o alguno de los muchos interminables debates.
Hace un año bajo el mandato de Mohamed Morsi y de Ekhwan, de los Hermanos Musulmanes, la mayoría de las mujeres se sentía incómoda al tener que salir de su casa. Yo misma estuve a punto de dejar de visitar a mis familiares a no ser que fuera urgente. Trataba de seleccionar cuidadosamente mis visitas a los colegios, a pesar de que trabajo como consejera de educación, para no tener que estar muy lejos de casa, además me aseguraba de que no hubiera mucho tráfico y de que el colegio no estuviera en una zona peligrosa. Tampoco salía de casa después de que anocheciera. Solía pasar mucho tiempo pensando qué ponerme para ir al trabajo, intentando que fuera apropiado para todas las nuevas personas que viven entre nosotros pero que piensan y ven las cosas de forma diferente. Todo eso cambió completamente con la revuelta del 30 de junio, hemos vuelto a ser nosotros mismos, a nuestra cultura, a nuestras normas y tradiciones.
Aún así llevamos los tres últimos meses viviendo con “toque de queda”, lo que significa que tenemos que volver a casa mucho antes de lo habitual. El viernes que tradicionalmente es un día familiar en Egipto ha pasado a ser sólo medio día. Sea cual sea la actividad que se esté realizando debe cesar a las seis de la tarde porque todos deben estar en casa antes de las siete. De repente el tráfico se ha convertido en una horrible pesadilla. Ahora para recorrer un trayecto que antes te llevaba media hora se tarda al menos una hora y cuarto, eso teniendo suerte y pudiendo llegar a tu destino sin encontrarte con ninguna sentada, marcha o cualquier otro bloqueo en la calle.
Aún seguimos estando pegados a nuestras televisiones para seguir las noticias de nuevos atentados terroristas. La verdad es que ya no estoy tan asustada como lo he estado durante el pasado año o quizás haya sido más tiempo. Ahora pienso en ello como cosas del destino, por lo que ya no me da miedo salir de casa aunque el tráfico y los bloqueos en la calle aún me siguen asustando. No tengo que pensar cuidadosamente en qué me voy a poner antes de salir de casa. Creo que estoy volviendo a ser yo misma, sólo desearía que no hubiese toque de queda.
Azza Elsherbiny, Coordinadora Regional de las ONG en Oriente Próximo, 11/12013
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